Cantabile – Revista de música clásica

Tapa, "El camino de Nahuel Di Pierro"

Por Luciano Marra de la Fuente

EL BAJO ARGENTINO DE DESTACADA TRAYECTORIA INTERNACIONAL, ESTÁ EN BUENOS AIRES PARA INTERPRETAR POR PRIMERA VEZ EN SU CARRERA Y EN EL TEATRO COLÓN, EL PERSONAJE DE MUSTAFÀ EN L’ITALIANA IN ALGERI. A HORAS DE HABER LLEGADO AL PAÍS, DI PIERRO DIALOGÓ CON CANTABILE.

A fin de Marzo cantó en Chicago una misa de Schubert, dirigido por Riccardo Muti. A comienzos de ese mes se presentó en varias ciudades francesas con el Réquiem de Mozart junto al Ensamble Pygmalion, bajo la dirección de Rafaël Pichon. En febrero fue Don Giovanni en la Ópera de Tel Aviv y en diciembre pasado compartió escenario con Cecilia Bartoli en Zurich, al cantar el Gobernador de Le Comte Ory de Rossini. Toda esta seguidilla de actuaciones en tan poco tiempo y en diferentes lugares, da cuenta de lo apretada y comprometida que es la agenda de Nahuel Di Pierro, el bajo argentino radicado en Francia que hace diez años triunfa en el exterior.

La última vez que cantó en nuestro país fue en 2014, como protagonista de la recordada producción de Don Giovanni dirigida por Marcelo Lombardero y Pedro-Pablo Prudencio, para Buenos Aires Lírica. A principios de mayo regresa para protagonizar una nueva producción de L’italiana in Algeri de Gioachino Rossini en el Teatro Colón, un lugar que lo vio nacer como artista cuando ingresó al Coro de Niños a los siete años. “Para mí fue una experiencia muy fuerte”, recuerda Nahuel. “Me marcó muchísimo porque sentí en carne propia la excitación de la escena, la orquesta, el público, los artistas actuando, las luces, la escenografía… Fue una cosa que se me grabó a fuego y me dio una convicción desde muy chico, de que allí iba a querer estar a lo largo de mi vida. Y así fue”.

Cuando terminó el Coro de Niños por el cambio de voz, estuvo dos años “medio perdido porque me sentía muy vacío, no sabía qué hacer de mi vida”. Y allí encontró el teatro y la escritura: “En el colegio me había presentado en unas olimpiadas de teatro y mis obras ganaron premios”, rememora. “La escritura es una actividad que retomé hace poco, y la puesta en escena, que también es otra pasión mía, es consecuencia de lo mismo”. Cuenta que a pedido (bastante insistente) de un amigo compositor, Tomás Bordalejo, escribió un libreto para una obra que quedó seleccionada en un concurso de “óperas de bolsillo”, organizado por Péter Eötvös en Budapest. “Estuve hablando con Eötvös, sin que él supiera que yo era cantante, como un ‘potencial libretista’, si se me permite esa categoría. Esto me estimuló muchísimo y escribí una segunda obra”. Así nacieron El falo mágico e Ifigenia inflable, esas dos farsas que desea poner en escena alguna vez. “Es difícil pasar de cantante lírico a puestista porque hay muchos prejuicios”, aclara, “sobre todo en el medio europeo en que me muevo”.

—¿Fue una elección haber hecho tu carrera en Europa? Te formaste en el Instituto, interpretaste tus primeros roles en el Colón y de pronto diste el salto …

—No fue un salto, fueron pasos que me llevaron. No fue que me presenté a un concurso y de un día para el otro me fui a vivir a Europa… Empecé a trabajar yendo y viniendo.

Después, en un momento se dieron una serie de circunstancias en la Argentina, puntualmente el cierre del Teatro Colón y el cese de su temporada en otras sedes. Esto fue muy contundente para mí porque dejé de tener trabajo en Buenos Aires, sumado al hecho de que el medio es un poco cruel: me pasaba que me decían “¿vos no te habías ido?”. La gente cuando te empezás a ir te empieza a relacionar con otra cosa que no es Buenos Aires y te deja afuera del circuito aun viviendo aquí. Eso a mí me traía grandes problemas económicos, no podía sostenerme y me entristecía muchísimo. Tenía veinticuatro años en ese momento.

El orgullo de ser rossiniano

Allí surgió la oportunidad de entrar en el Atelier Lyrique de la Opéra de París, que le dio un salario como para vivir en esa ciudad y seguir trabajando en Europa, primero con un repertorio bastante ecléctico, que incluía personajes pequeños aunque en producciones importantes, muchas editadas en DVD. “De a poco fui haciendo roles más grandes y el repertorio se empezó a definir”, explica Nahuel. “Hoy tengo un repertorio preciso en el que canto el barroco en general, Mozart y Rossini. […] Me siento cómodo ahí. No quiero ser pedante con esto que digo, pero al haber hecho todo paso a paso, son pequeños triunfos. Me siento orgulloso de cantar Rossini, que es un compositor que ha escrito mucho para mi tipo de voz”.

—¿Cómo conciliás las temáticas del repertorio de Rossini con nuestra actualidad? Son bastante misóginas y xenófobas, más allá de su relación con el género de la farsa y lo cómico…

—Sí, sí. Tiene que ver con otra época, otros valores, otra visión total, otro momento histórico. Así no se salva nadie… hasta Mozart, ¿no? Y Mozart no era ningún ingenuo como ser humano (piensa). En L’italiana in Algeri podemos hacer una diferencia: primero me parece un error tomarla en serio y segundo es una ópera en la que, si bien tiene esas temáticas, Rossini termina dándole una vuelta a todo. No son los italianos –es decir, la visión europea– mejores, más honestos o con más principios que los turcos. Finalmente ambos están tomados a la “chacota”: se ríe de todo, no de occidente a oriente. Me parece que Rossini estaba criticando mucho a la sociedad italiana, riéndose de todo un poco de eso, no solamente de unos.

—Musicalmente ¿qué desafíos encontrás en Mustafá?

—Es un rol escrito para Filippo Galli, que era un cantante de la época de Rossini muy muy particular: había sido tenor y tuvo una enfermedad, de la cual se cura y, estimulado por Paisiello, que era su amigo, vuelve a cantar, pero su voz se pone mucho más grave… Una voz de bajo, que conserva toda la agilidad de un tenor. Cuando Rossini lo conoce, enseguida comienza una colaboración muy extensa, le escribe el Selim de Il turco in Italia, el Mustafá de L’Italiana, Maometto II y Asur de Semiramide, entre otros. La tesitura de estos personajes siempre es la misma, la escritura es siempre gallarda, viril, con mucho virtuosismo vocal y un rango de una exigencia muy amplia, con notas de la parte más grave del registro a la parte más aguda. Cuando conocí estas óperas, al empezar a estudiar canto, siempre soñé con cantarlas. “Soñé” porque la verdad no las podía hacer, no tenía los elementos técnicos ni tenía resuelta mi voz como para enfrentarlas. Pasaron muchos años, trabajé mucho tiempo, lo busqué y de a poquito empecé a hacerlo, a animarme a presentarlo en alguna audición y, en ese momento de cantarlo, empezó a funcionar. Así empecé a cantar el repertorio de Rossini virtuoso. Mustafá es extremadamente difícil por sus agilidades. La entrada de Mustafá… (busca la partitura y la canta) “Belle donne…” es como una escritura femenina, de voz aguda. […] Además desde el punto de vista vocal es un personaje bufo. Hay un factor de comicidad que viene de larga data, de la escuela napolitana, y de la cual Rossini fue hijo directo. Esas dos aristas lo hacen un personaje muy interesante de interpretar, si la puesta y un concepto lo propician.

Aspiraciones

—¿Qué más te gustaría hacer en ópera?

—De alguna forma el cantante lírico es algo que tiene que ver con el niño que hay en mí: todo esto que hago tiene que ver con esos sueños que tenía cuando era chico, en el Coro de Niños. En los primeros años que estudié canto, fue soñar con hacer muchos roles. Lo que soñé lo estoy pudiendo cumplir, que es cantar los grandes roles mozartianos: Figaro, Don Giovanni, Leporello, Sarastro y Osmin son personajes que canto frecuentemente. Mi sueño era poder llegar a cantar Rossini, Semiramide por ejemplo, que debuté hace un año en Francia. Ahora estoy por debutar Mustafà en el Colón, estoy muy contento… No te voy a negar que me gustaría poder llegar al repertorio verdiano, sobre todo al primer Verdi que tiene que ver con el Rossini dramático. Ignazio Marini, que fue el primer Attila y el primer Oberto, era un cantante rossiniano que interpretaba Semiramide y ese repertorio. No estoy muy de acuerdo con la concepción que tenemos de Verdi en general, es una concepción del siglo XX de las grandes grabaciones, una mirada post-romántica de grandes orquestas y grandes voces que gritan con un descuido total de la palabra. Tal vez no llegue nunca, pero me gustaría cantar ese repertorio de bajo verdiano en el que hay personajes muy importantes. Y después sí, tengo otros roles soñados, son sueños infantiles: hay que ver si mi voz se adapta a ese tipo de repertorio. El Boris Godunov, Felipe II, Mefistofeles…

Y otra vez los sueños de la niñez de Nahuel Di Pierro, este artista inquieto, pensante y comprometido con su profesión, se mezclan en el camino que construye exitosamente paso a paso.